domingo, 27 de mayo de 2012

Pájaros Mojados de Quique González (Cara A)

Este es el primer disco que escuché de Quique González, y le tengo un especial cariño por ello, aunque no sea mi preferido de su discografía.

Desde un principio, me sorprendió lo arriesgado de la apuesta de Quique por un sonido americano que se me antojaba muy poco comercial en la España de las radiofórmulas y karaokes de aficionados como el fenómeno Operación Triunfo.


Comienza Pájaros Mojados con vientos exultantes como queriendo superar la resaca, pues de todos es sabido que emborracharse es mojarse por dentro, también perfumarse, pero la estrofa que más me gusta coincide con el bridge / puente y reza así, yo lo que quería era seguir soñando / con mujeres desnudas que van al trabajo / en autobuses rojos, por la rima interna debida a la repetición / aliteración de jotas, que Quique recalca con su pronunciación madrileña, y lo increíblemente visual de la imagen.

Fiesta de la Luna Llena es otra canción de marcha y despendole donde vuelve a aparecer por partida doble la metáfora de los Pájaros Mojados, y tiene un aire a Día de Feria de su anterior disco, Salitre 48.

El papel protagonista que tenían los vientos en Pájaros Mojados, es compartido con las cuerdas de Carlos Raya y el órgano Hammond, si bien aquéllos cierran la canción con una melodía muy próxima a John Helliwell de Supertramp en el álbum Famous Last Words.

Jacob Reguilón al bajo y Toni Jurado a la batería, están perfectos como contrapunto a la voz de Quique, quien entona emocionado, sobre todo, en el superlativo bridge / puente, en cuya segunda vuelta Quique se siente Like a Rolling Stone, que yo interpreto en sentido Dylaniano / Bala Perdida, más que Stoniano / Canto Rodado.

Torres de Manhattan es una canción menor comparada con las dos que abren el disco, pero la letra es de una iluminación extraordinaria, y así como Fiesta de la Luna Llena desarrollaba el sentido / significado de la imagen de los Pájaros Mojados, Torres de Manhattan es una historia íntima / privada de pareja, recorrida en su columna vertebral / estribillo por el escalofrío de ver caer las Torres Gemelas de Manhattan derribadas por aviones comerciales pilotados por terroristas de Al Qaeda, como una vuelta de tuerca del estado de shock que ya aparecía en Fiesta de la Luna Llena.

Sobre un aire vaquero que marca Toni Jurado con las escobillas, las guitarras acústicas de Quique y Carlos trenzan un diálogo a dos voces chico / chica, hasta que el solo de guitarra eléctrica de Carlos remacha el terror y desconcierto encerrados en la estupefacción del estribillo, heyyy! no hay mucho que hacer / aparte de estar despiertos en la cama / heyyy! no hay mucho que hacer / ya pueden caer las torres de Manhattan.

Pequeño Rock and Roll es una pequeña obra maestra, Quique delimita desde el principio, con un par de frases / pinceladas, el terreno de la canción, una relación de pareja que no prospera por el ansia de libertad de la chica, si bien Quique se lo toma con galantería y deportividad, pues lejos de reprocharle nada -ya sé que estás en otra amor-, tan solo le echa en cara que, después a la hora de la pena / dos gin tonics no te sientan tan bien / y tengo que ofrecerte yo / el aire de la calle.

Miss Camiseta Mojada es una de mis canciones preferidas de Quique, y se despliega como un torbellino, un huracán, hasta que llega un bridge / puente descomunal, de los que te fascinan desde el mismo momento que los escuchas, pues calan muy hondo sin que tu cerebro sepa exactamente por qué o por qué no.

Carlos Raya con la steel guitar va pespunteando la estrofa del estribillo, tiembla, como si fuera la primera vez / como si fueras a largarte después / y no quisieras / reina en las ciudades sin nombre / en estaciones desiertas / mantiene en vilo el dolor.

En mi opinión, los trallazos / larssens de Carlos en la versión de estudio no tienen parangón con ningún otro momento del rock patrio, y te ponen los pelos como escarpias.

Después del vendaval Miss Camiseta Mojada, podríamos pensar de Avenidas de tu Corazón que es un número menor, pero nada más lejos de la realidad, porque la letra no tiene desperdicio en su capacidad evocadora, pasa la vida y al amanecer / pasa la vida sin prestarnos atención / aquellos días, casi no me lo podía creer / todo sucedía veloz.

Luces que terminan de brillar / miles de cerillas sin gastar / suben como globos de gas / luego todo vuelve a empezar, y vemos en la foto a un Quique apoyado en la barra de un bar, con cara de que la salida al escenario queda a mano derecha y, de repente, le ha entrado el tan temido miedo escénico, y apura su copa sin tiempo para pensárselo dos veces, pues ahí fuera se juega la fugacidad de ser una estrella ante el inmisericorde escrutinio de su público fiel.

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