domingo, 15 de abril de 2012

La Venus del Espejo de Rubens


Por su carnalidad y robustez, por sus atributos rotundos, nos gusta la Venus del Espejo de Rubens.

Porque no le falta nada que anhelemos en una Venus.

Antes bien, generosa, habrá quien diga de su carnosidad abundante que le sobra, cuelga y pende, si bien nosotros la encontramos divina, y nos reafirma en nuestra identidad esencialmente carnívora.

En fin, que nos sentimos cofrades de la rolliza señorita que Rubens nos muestra, y si nos convocasen de alguna asociación del ramo, como le ha ocurrido a Miguel Bosé con la cofradía del nabo, nos apuntaríamos encantados.

La voluptuosidad de este tipo de belleza nos perturba la mente y despierta nuestros sentidos a partes iguales.



Es quizás en la contemplación de esta beldad cuando mejor entendemos los ritos de la fertilidad. Así como las figuras de barro y cerámica que acompañaban a estos ritos en las culturas antiguas. Y cuyo arte nos han legado y ha llegado hasta nosotros en piezas como las de la imagen.

Nada que ver con las modelos de extrema delgadez y discutible belleza.





Acicate y motivación para superar la terrible enfermedad de la anorexia, las hermosas y volátiles fintas de la mariposa de vida leve, son una muestra inmejorable de la belleza que atesoramos en nuestro interior.

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