domingo, 18 de marzo de 2012

Tu Labio Superior de Christina Rosenvinge

Vaya por delante que, aun a riesgo de equivocarnos, preferimos esta princesa del desamor con aires de valkiria con Fender Telecaster o teclado Roland por arma, según la circunstancia/canción, que nos susurra sus penas con grititos de madame, a la reina del indie/underground yanqui versión New York, pasada por el turmix de Sonic Youth.

Eso sí, aceptando que nunca nada es gratuito en la escalera hacia el éxito, Tu Labio Superior no sería lo mismo sin el aprendizaje adquirido en la gran manzana, pero ya de vuelta en Madrid hay olores y sabores en las composiciones/interpretaciones de Christina Rosenvinge que rebasan el lienzo del cuadro y aportan matices que jamás nos hubiéramos imaginado como continuación lógica de las tormentosas variaciones que dejó grabadas con sus apreciados conmilitones en su trilogía neoyorkina, demasiado dogma para el epicúreo mediterráneo.

Limpio minimalismo a las seis cuerdas, distorsión/echo/reverb en el hacha de Christina y un colchón de bajo y batería sobre el que se edifican en sólido/robusto basamento las melodías prestadas, pero a quién le importa que la inspiración de Dylan se nutriese de la historia del folk anterior a él. Vocalmente Christina alterna el falsete con una manera percutida de cantar que proyecta los sentimientos mejor que muchos/otros chorros de voz.

Escucho en La Distancia Adecuada el verso "esa señorita que rima conmigo" y me retrotrae a la guasa de Alex y Christina, pero qué diferencia de tema, enfoque y madurez. Y me sorprendo a mí mismo haciendo adivinaciones cabalísticas sobre posibles triángulos amorosos con su pareja y la mencionada señorita que, intuyo, es más una sustancia ilegal que otra chica.

Cuando Vuelvo a Casa suena a nana y a fanfarria/marcha militar británica, aventuramos los primeros Pink Floyd de Syd Barrett en The Piper at the Gates of Dawn, y en Christina aflora el duendecillo/gnomo que todo nórdico que se precie de serlo lleva dentro.

Eclipse es el primer momento que remite a Sonic Youtch, pero cuando parece que se va a quedar en una simple y cargada atmósfera de grato recuerdo, el bridge/puente supera todo lo esperable y, mientras adoramos a Steve Shelley tocando los parches a lo Moe Velvet Underground Tucker, Christina nos mete en un bucle maravilloso que deseamos jamás termine, el tiempo/instante de un eclipse atrapado en un presente continuo de melancolía, dominación y juegos de poder ambivalentes, que acaba a lo Jeanette.

De la ocultación/oscuridad del eclipse pasamos, sin aparente transición, a la restallante luminosidad de un día soleado que es Tu Boca, en el recuerdo el fluido mercurial que Dylan escuchaba en su cabeza a mediados de los 60s y creyó plasmar en Blonde on Blonde con tríadas de pura cosecha Nashville.

Rick Rubin en los USA y Suso Saiz por estos lares, este último a los mandos en la producción de Tu Labio Superior tal y como confirmo al repasar los créditos, están por emular ese tipo de arreglos de cuerda que ya disfrutara Dylan. La base sigue siendo puro Sonic Youth, pero los larsens/trallazos y recorridos del mástil conectan con la mejor americana de hoy en día, Micah P. Hinson, The Jayhawks, los mismísimos Wilco, y por ahí.

Las Horas, en clara referencia a la novela y posterior adaptación cinematográfica del mismo nombre protagonizada por Meryl Streep, Julianne Moore y Ed Harris sobre la plantilla de Mrs. Dalloway de Virginia Wolf, es un melodrama/psicodrama de familia de clase media suburbana americana, tipo la serie Mujeres Desesperadas, pasado por el Daydream Nation de Sonic Youth.

Nadie como Tú nos emociona incluso más que el más intenso Micah P. Hinson, por su verosimilitud y porque empatizamos con la otra, que tiene una historia con un hombre casado que no va a dejar a su mujer.

Negro Cinturón es rock canalla del mejor, con mucho sexo en clave de ironía con el tema del orgullo macho en primer plano, y un gran sentido del humor.

Tres Minutos es una muestra de rock urgente de perfecta factura.

Animales Vertebrados es un vals/ballet inclasificable que, por añejo, estamos esperando que suene rayado cual vinilo viejo, pues no parece coetáneo de la pulcra era digital. Por sencilla que resulta, confundimos equivocadamente la tonada con una lección de conservatorio de primero de piano, ¿el Imagine de Christina?, pero tras la melodía emerge un mar de fondo emocional que nos resulta deliciosamente tortuoso.

Por la Noche bebe de un blues Costa Oeste/Shadows de rancio sabor fifties/sixties, en el que con un poco de imaginación la voz en eco deja espacio al sonido de las olas sobre las que los chicos californianos surfeaban al ritmo de los Beach Boys.

En Alta Tensión el violonchelo nos tortura con un ominoso zumbido eléctrico/hertziano/catódico, ¿les suena John Cale?, sorprendemos también algún arpegio anecdóticamente extraído de, sorpresa, Goodbye Stranger de Supertramp. Pero no se trata sino de un andamiaje sobre el que levantar un mundo personal y veraz, con muchas preguntas abiertas y contadas certezas, entre ellas la de la llamada del propio cuerpo contra el ajeno y la fugacidad e inmediatez de los momentos plenamente vividos. ¿Habrá quemado Christina la foto de su ex de torturado flequillo?

Y aquí se cierra el círculo de un ajuste de cuentas a la ambición de Macbeth, orgullo, vanidad, arrogancia se repiten a lo largo del disco, y servida la venganza de Hamlet en plato frío y con gesto displicente, todo ello salpimentado aquí y allá con ácidas gotas de cinismo, para quien quiera disfrutarlas.

Vamos, que Christina ha facturado su particular Blood on the Tracks dylaniano, tras ¿una/varias? rupturas sentimentales.

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